
Rigidez de pensamiento en la infancia: ¿qué es y cuándo debemos prestar atención?
Como madres y padres, es normal encontrarnos con momentos en los que nuestros hijos se frustran, se enfadan o se niegan a hacer las cosas de una forma diferente a la habitual. Sin embargo, cuando esta actitud es frecuente y empieza a interferir en su día a día, puede tratarse de algo más profundo: la rigidez de pensamiento.
¿Qué entendemos por rigidez de pensamiento?
La rigidez cognitiva o de pensamiento es una dificultad para adaptarse a los cambios, ver las cosas desde otra perspectiva o modificar una idea una vez que se ha formado. Los niños que presentan este tipo de funcionamiento mental suelen tener un pensamiento más literal, estructurado y poco flexible.
Esto no significa que haya un problema grave, pero sí que su forma de pensar puede generar malestar: tanto en ellos como en su entorno familiar, escolar o social.
¿Cómo puedo identificarlo en mi hijo o hija?
Algunas señales comunes que pueden alertarnos son:
- Se enfada o bloquea si hay un cambio de rutina o de planes.
- Le cuesta entender que otras personas tengan opiniones o gustos diferentes.
- Tiene dificultades para seguir instrucciones nuevas o diferentes a las habituales.
- Repite patrones de juego o de conducta y se altera si se modifican.
- Insiste en hacer las cosas “a su manera” y no tolera que se le corrija.
- Le cuesta aceptar errores o equivocaciones, reaccionando con frustración o rabia.
Frases típicas pueden ser:
“¡Eso no es justo!”
“No quiero hacerlo de otra forma”
“Tiene que ser como siempre”
“¡No es perfecto, está mal!”
“Así no se juega, se hace así”
Estas frases no son “manías” ni “caprichos”, sino indicadores de una mente que necesita seguridad, estructura y control para sentirse tranquila. Por eso, lo que a ojos de los adultos parece una reacción desproporcionada, para el niño puede ser una forma de defenderse del malestar que le genera la incertidumbre.
¿Por qué es importante detectarlo?
La rigidez de pensamiento puede afectar a distintas áreas del desarrollo: el aprendizaje (por falta de flexibilidad para resolver problemas), las relaciones sociales (por no saber negociar o ceder), y la gestión emocional (por una baja tolerancia a la frustración).
Si no se trabaja a tiempo, estos patrones pueden consolidarse y dificultar su adaptación en la escuela, en casa o en nuevos entornos.
¿Cómo se puede trabajar?
Para acompañar a un niño o niña con este perfil es fundamental:
- Realizar una evaluación individualizada que permita comprender cómo piensa, cómo siente y qué herramientas necesita.
- Contar con un proceso de orientación familiar, donde madres y padres aprendan estrategias para acompañar mejor a su hijo o hija en el día a día.
- Trabajar directamente con el niño o la niña, desarrollando su flexibilidad cognitiva, su tolerancia a la frustración y sus habilidades sociales y emocionales.
Si te gustaría más información o tienes alguna pregunta, no dudes en contactarnos. Estamos aquí para ayudarte a dar el mejor comienzo posible a tu hijo en su camino comunicativo.