
¿Por qué es importante hacer un buen diagnóstico… y contárselo a nuestros hijos e hijas?
Muchas veces, cuando proponemos realizar una evaluación diagnóstica o compartimos una etiqueta diagnóstica tras el proceso de valoración, nos encontramos con que surgen muchas dudas en las familias.
“¿De verdad es necesario ponerle una etiqueta? ¿Y si le perjudica? ¿Y si le limita?”
Estas preguntas son completamente legítimas. Como madres y padres, queremos proteger a nuestros hijos e hijas, evitar que sufran o que se sientan diferentes. Sin embargo, cuando hablamos de diagnóstico en infancia —especialmente en el ámbito del neurodesarrollo—, es importante mirar más allá del miedo y entender el valor que puede tener para su bienestar y desarrollo.
¿Qué es un diagnóstico diferencial y por qué es tan importante?
El diagnóstico diferencial es un proceso cuidadoso que nos permite descartar o confirmar distintas condiciones que pueden compartir síntomas similares. No es solo poner un nombre, sino entender realmente qué está ocurriendo. Esto es clave para ofrecer un acompañamiento adecuado, establecer apoyos personalizados y tomar decisiones informadas en casa, en el colegio y en la vida cotidiana.
Un diagnóstico bien hecho nos permite adaptar el entorno, ajustar expectativas y fortalecer los recursos del niño o la niña… en lugar de culparlos por comportamientos que no saben explicar.
Decirles el diagnóstico: dar nombre a lo que ya sienten
Una vez que tenemos claridad sobre lo que ocurre, muchas familias dudan sobre si contarle a su hija o hijo cuál es su diagnóstico. Entendemos ese reparo. Las etiquetas pueden tener una carga social negativa. Pero también pueden ser una herramienta muy poderosa si se presentan con sensibilidad y respeto.
Para muchos niños y niñas, conocer su diagnóstico no es una limitación, sino un alivio. Ponerle nombre a lo que sienten, piensan o les cuesta les ayuda a entenderse y a no sentirse “raros”, “torpes” o “malos”. Les permite saber que no están solos, que hay otros como ellos, y que lo que les pasa no es culpa suya.
Cuando hablamos con ellos, es fundamental hacerlo desde un lenguaje claro, adaptado a su edad, y centrado en sus fortalezas. No se trata de decir “tienes un trastorno”, sino de explicar que su cerebro funciona de una forma particular, que eso tiene ventajas y retos, y que ahora tenemos más herramientas para acompañarlos.
La etiqueta no define, pero sí orienta
Tener un diagnóstico no define a una persona. Nuestros niños y niñas son mucho más que una etiqueta: son creativos, sensibles, curiosos, intensos, ingeniosos… y tienen derecho a conocer y comprender cómo funcionan por dentro.
Cuando evitamos hablar del diagnóstico, muchas veces lo hacemos desde el deseo de proteger. Pero al hacerlo, corremos el riesgo de enviar un mensaje equivocado: que hay algo malo que no se puede nombrar. En cambio, cuando hablamos con honestidad, cariño y confianza, les damos una base sólida para construir su identidad desde la aceptación y la autoestima.
Acompañar con nombre y con sentido
En definitiva, hacer un diagnóstico adecuado y compartirlo con nuestros hijos e hijas es parte de una crianza respetuosa y consciente. No se trata de poner etiquetas para encasillar, sino de ofrecer una brújula que oriente. Porque cuando un niño o una niña sabe quién es, qué necesita y cómo puede crecer… está más preparado para afrontar el mundo, con todo su potencial.
Si te gustaría más información o tienes alguna pregunta, no dudes en contactarnos. Estamos aquí para ayudarte a dar el mejor comienzo posible a tu hijo en su camino comunicativo.